Mayo 18, 2025
5to Domingo de Pascua
Juan 13: 31-33a, 34-35
Hoy, en este Quinto Domingo de Pascua, seguimos celebrando la alegría de la Resurrección de Cristo. A través de las lecturas de hoy, somos invitados a profundizar en la verdadera esencia de lo que significa seguir a Cristo: ser transformados por su amor y, a través de él, vivir unidos como una comunidad en su nombre.
En la primera lectura, San Pablo y Bernabé regresan a las comunidades que habían fundado, fortaleciéndolas y animándolas a perseverar en la fe, a pesar de las dificultades. A través de su testimonio, nos muestran que, aunque el camino del cristiano no está exento de pruebas, la perseverancia y la confianza en Dios nos permiten seguir adelante. El salmo de hoy nos habla del amor de Dios hacia su pueblo. Nos recuerda que Él es bueno y lleno de misericordia, dispuesto a levantarnos en nuestras debilidades. Su fidelidad y cercanía nos dan esperanza. Dios está con nosotros en todo momento, nos cuida y nos guía. En la segunda lectura, San Juan describe la visión de un cielo nuevo y una nueva tierra, donde todo estará restaurado. Dios hará nuevas todas las cosas. Nos da una esperanza grandísima: la promesa de la vida eterna, sin llanto ni dolor, donde viviremos con Él en plenitud. Este es el destino al que todos estamos llamados.
El Evangelio de hoy se centra en las últimas palabras de Jesús a sus discípulos antes de su pasión. Jesús nos manda amarnos unos a otros como Él nos ha amado. Este amor es el distintivo de los cristianos: un amor sacrificial, incondicional y eterno. Nos enseña que el amor no es solo un sentimiento, sino una decisión y un acto de servicio hacia los demás. El amor de Jesús, como nos lo muestra en el Evangelio de hoy, es el fundamento de nuestra vida cristiana. En el contexto de su partida, Jesús no solo les deja a sus discípulos un mandamiento, sino una forma de vivir que refleje su presencia en el mundo. “Ámense unos a otros como yo los he amado”, dice Jesús, y en esas palabras está la clave de nuestra vida en comunidad. No se trata de un amor superficial o condicionado, sino de un amor que se sacrifica, que perdona, que se entrega por los demás. Hoy, este amor de Cristo es el que debe guiar nuestras relaciones, no solo dentro de la Iglesia, sino también en nuestras familias, en el trabajo y en la sociedad. Este amor no siempre es fácil, pero es el único camino que nos lleva a la verdadera paz y unidad. Al vivir de este amor, podemos mostrar al mundo quién es Cristo, reflejando su luz en medio de la oscuridad. La enseñanza central de este domingo es que, como seguidores de Cristo, estamos llamados a vivir el amor como Él nos lo enseñó. Un amor que no se mide por palabras, sino por hechos. Un amor que busca el bien del otro, incluso a costa de nuestro propio bienestar. Hoy, al recibir este mensaje, estamos invitados a preguntarnos: Estamos amando como Cristo nos amó. Estamos dispuestos a vivir ese amor, a sacrificarnos por los demás, a ser testigos del amor de Dios en el mundo. Cómo puedo expresar el amor de Cristo en mi vida diaria. Estoy dispuesto a amar incluso a aquellos que me resultan más difíciles de amar. De qué manera puedo fortalecer mi relación con los demás a través de un amor más profundo y sacrificial.
Hermanos, que este tiempo de Pascua nos impulse a vivir un amor más auténtico y transformador, que sea un reflejo de la resurrección de Cristo en nosotros. Que no nos conformemos con amores superficiales, sino que nos adentremos en el amor que da vida y esperanza. Al seguir este mandamiento de amor, seremos verdaderos discípulos de Jesús, testigos de su resurrección y mensajeros de paz en el mundo. Que el Señor nos fortalezca en esta misión. Amén.