Hay algunas frases que nunca deberíamos usar, por ejemplo, “Sé exactamente cómo te sientes”.
Podemos intentar lo mejor que podamos, pero nadie entiende completamente los sentimientos de otra persona, especialmente cuando se trata de la muerte de un ser querido a causa de la violencia. Pero podemos ponernos en oración. Y eso es lo que hacemos hoy por las víctimas cuyas vidas fueron arrebatadas y, también por la familia y los amigos de aquellos que siguen llorando, con agujeros en sus corazones, por lo que ha sucedido.
Hay algunas historias que pueden causar un gran dolor y muchas lágrimas. Cada año, designamos un Domingo de octubre en la Arquidiócesis de Nueva Orleáns, para recordar a las víctimas de la violencia. Y, no solo a ellos, sino también a sus familias y amigos.
Antes de que comenzara la liturgia, algunas personas trajeron fotos de seres queridos, cuyas vidas fueron arrebatadas a causa de la violencia. Hay muchos más, cuyas fotos no aparecen aquí, que han sido asesinados en esta ciudad a causa del odio y la venganza, o una bala perdida que les quitó la vida.
Pero, aunque sus fotografías no estén aquí, sabemos que sus rostros están profundamente arraigados en los corazones de sus familiares, amigos y sobrevivientes. Esto es cierto para todos aquellos que hoy vienen con dolor.
Como cristianos, hoy venimos a decir: “Paz, no violencia”. Hoy venimos a decir: “Respeto, no odio”. Oramos por todos aquellos que han perdido la vida a causa de los actos violentos de otros, y especialmente por aquellos que han sufrido la muerte de un padre o de un cónyuge, de un hijo o de una hija, de un hermano o de una hermana, de un familiar o de un nieto, de un compañero de trabajo, de un amigo o de un vecino.
Hoy, recordamos que las víctimas son muchas.
En primer lugar, oramos por aquellos que han perdido la vida, para que puedan tener paz eterna en el reino de Dios, para que puedan tener vida eterna y puedan ver a Dios cara a cara, después de que les hayan quitado la vida.
En segundo lugar, también oramos por aquellos que han perdido a seres queridos para que Dios los consuele, los envuelva en sus brazos y les recuerde que Él es el Príncipe de la Paz y que viene a consolarlos, y que secará sus lágrimas, sin importar cuánto tiempo haya pasado desde que perdieron a un ser querido. Y, para algunas personas, este dolor nunca, nunca termina.
Y, en tercer lugar, recordamos a quienes fueron víctimas de violencia y han sobrevivido. Sabemos que aún tienen cicatrices, ya sean físicas, emocionales o espirituales. Muchos de ustedes viven con miedo porque tienen recuerdos de lo que sucedió y, pesadillas a veces de lo que sucedió en su vida. No solo permanecemos con ustedes, sino que los acompañamos en este viaje.
Recordamos hoy que nunca es la voluntad de Dios dañar, o quitarle la vida a otra persona. Esta es la acción y la influencia de un espíritu maligno, que está vivo en nuestro mundo hoy. Jesús quiere paz y no venganza. Quiere que resolvamos las discusiones con palabras y no con armas.
Hoy también estamos agradecidos por la fuerza pública, que está en medio de todo esto y, trata de traer justicia y paz.
En el Evangelio de hoy, vimos a Bartimeo, el ciego que está solo al costado del camino, llamando a Jesús, para que lo ayude a recuperar la vista. Otros le dicen que se calle, que está molestando a la multitud. Se siente solo y se siente muy desanimado. Grita cada vez más fuerte: “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí. Ven y cúrame”. ¿No es interesante que mientras la gente le dice que se calle, Jesús se detiene y lo llama y lo cura? De repente, puede ver a Jesús, a todos los que lo rodean y el entorno que lo rodea.
Cuando experimentamos la muerte de un ser querido; en cualquier momento, pero especialmente en tiempos de violencia; podemos empezar a sentirnos como Bartimeo, solos, solos. Nadie nos escucha. Podemos estar pensando que Jesús simplemente nos pasará de largo mientras lloramos y sentimos dolor. Permítanme sugerir que ese no es el caso. Jesús nos llama, nos abraza y nos sana. Y dice: “No están solos. Yo estoy con ustedes”.
Siempre que pasamos por situaciones difíciles, especialmente la muerte, el Señor llora con nosotros y no solo nos mira. Tengan en cuenta que, para aquellos que están de duelo hoy, el
Señor Jesús no nos pasa de largo. Él seca sus lágrimas y dice: “Apóyense en mí. Vean cómo toco la tristeza y el peso de tu corazón”.
Para aquellos de ustedes que han perdido a seres queridos en general; y especialmente para aquellos que han perdido a seres queridos por la violencia; no sabemos lo que están sintiendo. No podemos imaginar cómo se sienten. Pero, hoy, los elevamos al Señor. Las preguntas para el arzobispo Aymond, pueden enviarse a: [email protected].