Ordenará a siete hombres como diáconos permanentes el 14 de junio en la Catedral de San Luis. ¿Puede destacar por qué el diaconado permanente ha sido una fuerza tan positiva en la arquidiócesis?
Recuerdo que cuando se inició el diaconado permanente, la primera clase fue ordenada en 1974, el entonces Mons. John Favalora era el director, y ha crecido considerablemente. Cuando se instituyó por primera vez el diaconado, hubo algunas preguntas y confusión en cuanto a lo que haría el diácono, y si era realmente necesario para el ministerio diocesano. En aquel momento, aquellas eran preguntas comprensibles. Pero hoy hemos llegado a un punto en el que no tenemos suficientes diáconos permanentes para satisfacer la necesidad. Tenemos muchas parroquias que piden un diácono permanente, y no podemos cumplir esa solicitud. El diaconado ha llegado a ser muy importante para la vida de la Iglesia. Expreso mi profunda gratitud a estos hombres y también a sus esposas, por lo que hacen juntos en el ministerio y, especialmente por el apoyo que sus esposas les brindan mientras ministran en la Iglesia. Este ministerio requiere mucho tiempo además del tiempo que dedican a su familia, trabajo y otras responsabilidades.
¿Cómo es el proceso de formación de los diáconos permanentes y cómo ha cambiado a lo largo de los años?
El proceso de formación es de cinco años, y requiere mucho esfuerzo para estudiar y cumplir con todas las responsabilidades de la formación para ser diácono. No lo damos por sentado y estamos agradecidos por los sacrificios que han hecho en su proceso de discernimiento.
Hay una foto suya de 1974 con el arzobispo Hannan, cuando fueron ordenados los primeros diáconos permanentes.
Sí, acababa de ser ordenado diácono y tuve el privilegio de servir en esa Misa de Ordenación.
¿Cuál cree usted que es el máximo beneficio que aporta a la comunidad parroquial el servicio de los diáconos?
El diaconado es en realidad un ministerio triple. El ministerio del diácono es de caridad: hacer todo lo que sea necesario para la obra caritativa de la Iglesia, ya sea visitar a los enfermos, a los presos, a los que están en hospicios, a los que están en hogares de ancianos, a los de la parroquia que están en pobreza y necesitan ayuda. Incluso, en el cumplimiento de las responsabilidades del ministerio, el llamado del diácono a la caridad es primordial. El segundo aspecto del ministerio diaconal es celebrar los sacramentos: celebrar bautismos, presenciar matrimonios y presidir funerales. La otra responsabilidad es, ayudar al sacerdote en la Misa y ser ministro ordinario de la Sagrada Comunión, y enseñar y predicar la Palabra de Dios en la Misa y en otras situaciones litúrgicas y no litúrgicas. Por ejemplo, los diáconos a menudo asumen un papel de liderazgo en la Orden de Iniciación Cristiana de Adultos (OCIA).
¿Cómo ha cambiado el proceso de formación?
Se ha vuelto más largo y más detallado, tal como lo exige el “Directorio Nacional para la Formación, el Ministerio y la Vida de los Diáconos Permanentes en los Estados Unidos de América”. Estoy especialmente agradecido a los diáconos permanentes que enseñan en el programa de formación, porque pueden compartir su vida y experiencia vocacional con los candidatos a diácono. Mi más sincero agradecimiento también a los siete nuevos diáconos permanentes, y a sus esposas, por su servicio a la Iglesia.